Hay mucho que hablar de las granjas de rodaballo. No es oro todo lo que reluce. Insuiña, filial de Pescanova, improvisó un proyecto de piscifactoria en Touriñán cuando el Prestige, por incompetencia de los gobernantes, embadurnó de chapapote la costa gallega. Para contrarrestar aquel desastre inundaron Galicia de promesas, pero todo en el aire. Y de todo aquel bla,bla,blá salió un Plan Galicia, que nada menos que ponía inversiones de más de 12.000 millones de euros en esta tierra, claro, sin soporte presupuestario. Es lo que hace el Estado desde siempre. Aquel Plan Galicia -que jamás se bautice ningún plan con el nombre de Galicia, porque para escarmiento ya basta con los muchos que hubo, sin alcanzar ninguno la eficacia de la realización- inventó proyectos para acallar las críticas de la sociedad gallega, que se indignó cuando a una marea negra hubo caraduras que la denominaron hilito de plastilina. Cuando el chapapote cubría arenales y ennegrecía las rocas litorales, una tragedia, un ministro transmitía a la España que lo escuchó la falsedad de que las playas gallegas estaban para tomarse un baño. La idea de Pescanova corriendo a comprar hectáreas en Touriñán para montar una granja de rodaballo no consiguió que la ciudadanía le perdonase a los gobernantes la incompetencia en la gestión ante un petrolero con una vía de agua. Aquello de Pescanova parecía un nuevo mister Marsall. Pero no. Porque la iniciativa se apoya en que mitad de la inversión sale de los fondos públicos. ¿Cuándo se acabarán las subvenciones?
La piscicultura que se está haciendo
La consellería de Pesca con mucho fundamento y más razón no está por la labor de que se instale una granja de rodaballo, que para alimentar el papanatismo se nos refriega que iba para la más grande de Europa, en sitio Red Natura 2000. Su actividad alteraría el medio ambiente marino. Hay razones sobradas para llevar la granja a otra parte. Y negar aquel emplazamiento es competencia de la Xunta de Galicia, que hoy tiene la responsabilidad de gobernar. Pero a Manuel Fernández de Sousa, en vez de continuar el diálogo hasta dar con un emplazamiento alternativo, él que es un hombre callado, echó mano de la demagogia y amenazó con llevar fuera de Galicia la mayor granja de rodaballo del mundo. Vamos, que le echó un pulso al gobierno democrático de Galicia. Y hay menos argumentos para aceptar la granja en Touriñán que para negar tal instalación. ¿Qué perdería Galicia sin la granja en Touriñán? De momento se ahorraría pagar el 50% de la inversión. A estas alturas hay que replantearse la piscicultura que se está haciendo. Porque esa acuicultura, con rodaballos cautivos en piscinas, con alimento artificial, o sea, piensos con aceites y harinas de pescado, aceites vegetales, cereales, etc. Comen como las vacas lecheras. Entonces, el producto resultante ya no es un auténtico rodaballo: no merece el slogan "de crianza", como machacan las campañas de propaganda from. Porque el rodaballo de granja es "salvaje", que "se dice del animal que no es doméstico, y generalmente de los animales feroces". Es de multiplicación artificial. El otro rodaballo, el de mar abierto, el que tarda cinco años en alcanzar la madurez sexual y pone alrededor de ¡diez millones de huevos!, es el natural, silvestre, porque es "criado naturalmente".
Rodaballo silvestre a la brasa
La diferencia entre uno y otro género la han captado perfectamente los críticos gastronómicos de prestigio que afortunadamente ejercen en España. Rafael García Santos, prestigioso crítico gastronómico desde el País Vasco, tiene escrito: "Usted puede vestir de seda y con lentejuelas a un rodaballo de piscifactoría. Dará el pego a muchos, pero nunca alcanzará el caché de otro silvestre asado a la brasa, que será preferido por quienes opten por lo esencial sobre lo accesorio".
A Abraham García, cocinero con talento, le han preguntado por los filetes de fletán, y su respuesta fue: "El fletán, generalmente canadiense y de aguas profundas, siendo mucho más barato, es infinitamente mejor que el rodaballo de piscifactoría que nos asedia".
Otro crítico gastronómico con mando en plaza, Fernando Point, hablando sobre una compra maestra de la OCU que halló de buena calidad las especies de granja, apuntó: "Pero la gustativa es otra cosa. Sobre todo una especie, el rodaballo de piscifactoría, es bastante fácil de distinguir (color más sucio con manchas, y sobre todo carne mucho menos prieta). Las condiciones de crianza, en agua inmóvil, sin corriente ni suficiente ejercicio físico, nos parecen la clave: hasta que no se parezcan a las naturales, el pescado tampoco se parecerá..."
Pero, ¿qué come el rodaballo natural, Scophthalmus maximus, que habita en los oceános y soporta temporales? Come gádidos jóvenes (bacalao, abadejo, lirio, etc), engulle arenques, sardinas, esapadines, boquerones y cangrejos. ¿Y qué come el rodaballo salvaje en su estanque? Pienso. Como los cerdos o las gallinas. Y ese pienso lleva, naturalmente, aceites y harinas de pescado, aunque cada vez menos, pues ya se está en un 66% de materias primas vegetales. Pero aún así, según cuentan, que sobre la alimentación de los peces de piscifactoría falta información fiable, para conseguir una tonelada de pescado de granja aún se necesitan 1,33 toneladas de pesca de extracción. Aprovechan estos avances de alimentar a especies carnívoras con piensos en cuya composición hasta pueden entrar cosas como la harina de sangre, la levadura de cerveza, el trigo y la soja, el almidón y las vitaminas y los minerales. La investigación reduce el aporte de aceite y harina de pescado en la composición del pienso, por tanto necesitan menos peces de la pesca extractiva, pero si se aumentan las granjas de rodaballos, doradas, lubinas, etc., siempre se necesitará pescar jureles, sardinas, caballas, boquerones, anchovetas... para darle al pienso la biomasa animal. Si en un pienso con el 100% de aceite de pescado, 4 toneladas de productos de pesca marítima se transforman en una tonelada de peces de granja, pero si en la composición se reduce a la tercera parte el aceite de pescado y con un suplemento de dos tercios de aceite vegetal, entonces el índice de transformación es de 1,33 a 1. Por tanto, si proliferan las piscifactorías, la demanda de pescado de mar abierto para piensos también se multiplicará, o sea, continuará la sobrepesca. Entonces, es falacia que la acuicultura iba a frenar la sobreexplotación pesquera y a facilitar el consumo de pescado en los países de bajos ingresos. Porque las especies de granja (rodaballos, lubinas,etc) son de alto valor económico. Y si el crecimiento de la piscicultura sigue en aumento, las capturas de peces de poco valor comercial tendrán que desviarse para los piensos y no concurrirán a la alimentación humana.
El pez comienza a ser un pollo
El 4 de mayo, el rodaballo de piscifactoría, en un supermercado de multinacional francesa en Santiago, tenía el precio de 14,95 euros el kilo. El día anterior el precio medio en las lonjas gallegas fue para el rodaballo de 19,17 euros, para los jureles 1,05 y para la caballa, 0,64 euros kilo. Estas dos especies de pescado azul son más cardiosaludables y hasta más sabrosas que el rodaballo de granja. Pero, ¿quién le enseña al consumidor los beneficios cardiosaludables de comer jureles y caballas?
En fin, la piscicultura no podrá continuar por ese camino muchos años. Su futuro debe ser sometido a revisión. La base de datos de Fishtrace, el proyecto europeo que en tres años logró información taxonómica, ictiológica y genética sobre 400 especies de peces que se comercializan en los mercados europeos, estará en Internet a partir de julio. El principal investigador de Fishtrace es José Manuel Bautista Santacruz, profesor de la Facultad de Veterinaria de la Universidad Complutense, declaró recientemente que "lo que estamos haciendo es usar un pescado del mar que no comemos para alimentar otro pescado que nos gusta más. El balance energético es negativo: necesitamos varios kilos de pescado para producir otro de acuicultura". También es del profesor Bautista que "el pez comienza a ser un pollo en cuanto a cualidades nutricionales" .
Acierta la Xunta de Galicia en su decisión de alejar de Touriñán una piscifactoría, que por sus grandes dimensiones se aparta de la acuicultura sostenible. Dice bien el presidente Touriño: "Tocar Touriñán sería un despilfarro". Y eso no es estar contra el gran capital gallego, que escribieron sin meditarlo algunos cronistas. Si Fernández de Sousa no reflexiona y se disculpa ante la sociedad gallega por sus excesos verbales, a Pescanova, que en tiempo pasado salió de una grave crisis por el dinero público gallego, igual empiezan a llamarla Pescavella.