Dice el diccionario que síndrome es conjunto de síntomas característicos de una enfermedad o conjunto de fenómenos que caracterizan una situación determinada. Hay síndromes a cientos. El síndrome de Diógenes, de Estocolmo, el de Down, el de Moebius, el de Rett, el de Antón, el síndrome milagrero, el postvacacional... De una majadería nació otro síndrome, el del Prestige. En noviembre de 2002, Fraga Iribarne, en su visita a las zonas afectadas por la marea negra del Prestige, dijo aquello de "eu veño con cartos na man"... Y hubo dinero público para maquillar la pésima gestión de la catástrofe del petrolero que en vez de acabar en un desguace, terminó en el fondo del mar tras llenar de chapapote el litoral gallego. Pero ese dinero no era de Fraga. Ni lo llevó ni lo pagó. Incluso estaba en el poder cuando los pagos de febrero, tras decidir los peritos del ministerio de Economía abonar 12.180 euros por batea (Los bateeiros querían 17.800). Pero, ¿cuántas bateas han perdido ingresos por daños del Prestige? Todas, no. Para que la opinión pública olvidase que los políticos desencadenaron la marea negra, hubo salarios de 40 euros día para mogollón de afectados. Algunos no habían suspendido su actividad laboral y otros sufrieron un quebranto superior. Pero el Gobierno popular para acallar las críticas hasta sacó de la manga un plan Chemari con 12.000 millones de euros, como un castillo en la arena porque tanta millonada y sus obras no constaban en la ley presupuestaria. De aquella inmensa burla a un pueblo, nació el síndrome Prestige.
Que no se sabe quien prende fuego a los montes privados, pues el dinero de todos los españoles a pagar los daños. Que las riadas inundan bajos o sótanos de inmuebles que se han levando sobre el cauce natural de los regatos, pues a pedir subvención por los daños ocasionados que algo siempre se consigue. Ya la primera Ley de Aguas de 1879 decía en su artículo 31 que "el dominio privado de los álveos de aguas pluviales no autoriza para hacer en ellos labores ni construir obras que puedan hacer variar el curso natural de las mismas en perjuidicio de tercero, o cuya destrucción por la fuerza de las avenidas pueda causar daño a predios, fábricas o establecimientos, puentes, caminos o poblaciones inferiores". Anda en las primeras páginas del Código Civil que la ignorancia de las leyes no excusa de su cumplimiento.
Que las riadas arrastran tierra vegetal que llega al mar, ahí aparecen las cofradías _entidades nefastas_ a seguir con la rentable práctica de la caza de subvenciones. Ni siquiera esperan a tener la seguridad de que la riqueza marisquera se ha perdido. O a tener datos objetivos para cuantificarla.
En cualquier catástrofe hay afectados. Y la solidaridad de los contribuyentes es lógico que acuda en su socorro. Pero siguiendo los cauces normales en una Administración que gestiona con rigor y garantías el dinero de los impuestos de todos los contribuyentes. Si el anterior traía "cartos na man", el actual también se acercó a lugares maltratados por riadas prometiendo millones de euros, cuando ni se habían valorado los daños. Daños si hay, pero también los hay que por ser consecuencia de que los afectados han pasado por el arco del triunfo la legalidad vigente sólo tienen derecho a percibir indemnizaciones si es que han cubierto su osadía con una póliza de seguros. Como parece fácil obtener dinero público, se está generalizando una situación, con bastante lloriqueo, que recuerda "a río revuelto, ganancia de pescadores". El síndrome Prestige. Viendo como "chupan del bote" políticos y secuaces, cada día son más los que por mimetismo pretenden absorber del bote del contribuyente. El único tratamiento contra el síndrome del Prestige está en manos de la sociedad, que en vez de mirar hacia otro lado, empiece a decir basta, a ocuparse de la cosa pública.